lunes, 28 de mayo de 2012

ARTÍCULO INTERESANTE

24.04.12 - Universidad de Cantabria

JÓVENES CAPACES DE PENSAR EN LOS DEMÁS
Conjugan sus estudios con diversas acciones de voluntariado porque no entienden la vida sin ética y ven en la crisis la consecuencia del egoísmo social.
Decían que los jóvenes de hoy en día nacían con la vida hecha, que nunca necesitaron pelear nada, y se los llegó a tachar de egoístas, déspotas y consentidos. Pero la cruda realidad de estos tiempos comienza a desmontar esa maraña de tópicos que no se mantiene ni en lo económico - lo tendrán mucho más difícil que sus padres-, ni en lo moral: ni son tan egoístas ni tampoco tan niños de mamá. De hecho, comienzan a entender que son el motor hacia la recuperación, y que es preciso un cambio de aceite hacia una realidad quizá más humana, más colaborativa, menos competitiva. Estos tres estudiantes de la Universidad de Cantabria son paradigma de esa gran verdad que sitúa a las nuevas generaciones como las mejor formadas de la historia de este país; pero tienen algo más. Mario César González, David San Miguel y Ángela Andecochea terminan sus carreras mientras dedican parte de sus horas extra académicas a entregarse a los demás en diversas acciones de voluntariado. «El siglo XXI será ético no será», escribió el autor francés Gilles Lipovetsky en un ensayo reciente. Parece que hace tiempo que ellos se percataron, y ya están dando los primeros pasos.
«El correo electrónico que manda la universidad advertía sobre estas actividades. Me apunté y decidí hacer las horas de voluntariado en el telecentro más cercano a mi casa. Es una asociación de vecinos», recuerda San Miguel. Allí explica funciones básicas de informática para todo tipo de públicos. «Puedes encontrarte desde amas de casa, hasta ancianos o incluso personas en riesgo de exclusión social».
El plan de estudios contempla una carga de créditos por esas horas. «Pero cuando te dedicas a esto no lo haces por los créditos. De ser así, hubiera sido más cómodo haber hecho alguna de esas asignaturas sencillas que se ofertan en la plataforma digital. Además, una vez he logrado esos créditos, sigo impartiendo talleres», defiende el futuro ingeniero. «El problema es que muchas veces falta información. No sabes que existen estas actividades. Tampoco la gente se preocupa de informarse. Ese es el mayor problema que tenemos ahora, la desinformación. Creemos que con Internet tenemos la mejor ventana al mundo y no nos damos cuenta de que si no somos críticos, nos tragamos todo lo que nos sirven y entonces pasamos a ser los más manipulables», critica el joven.
Pero afirma que a veces es complicado. La sociedad de hoy invita a lo contrario. Al alienamiento, a crear herramientas humanas que alimenten un capitalismo fiero, irracional, cegado con los balances positivos, con los beneficios, que por norma se olvida de la ética, hasta que inevitablemente la burbuja estalla. «El sistema te invita desde pequeño a competir, a ser el mejor, a pisar la cabeza al compañero si es preciso. No llegamos a darnos cuenta de que la colaboración puede ser más útil, más productiva y más sana que la competición. Que las cosas se pueden hacer también con la ética. Incluso, mirándolo de manera egoísta, hace falta menos Gran Hermano y más conciencia social. No solo para ayudar a los demás, sino para ser conscientes de los propios derechos, los individuales, y entender que con la fuerza de todos, siempre será más fácil defenderlos», razona.
En la carrera ha encontrado un claro ejemplo. «No tenemos que estudiar como papagayos. Lo nuestro es entender, descifrar, resolver problemas. Si cada cual se encierra en su casa y se lo monta por su cuenta, siempre será menos productivo que si comparte sus opiniones, sus ideas, sus conocimientos, con el grupo. Siempre que he estudiado con compañeros me he dado cuenta de que avanzo mucho más».
Ángela Andecochea 21 años, Magisterio
«Escogí la Cruz Roja porque era lo que me quedaba más cerca de casa y porque me ofrecía la posibilidad de trabajar con los niños, que al fin y al cabo son mi vocación, por lo que estudio esta carrera», confiesa sobre unas horas que pueden convertirse en las más felices de la semana. «Les ayudamos a hacer los deberes, con lo que además me está sirviendo de prácticas. También les enseñamos a lavarse los dientes, los educamos en hábitos saludables, etc. Y lo mejor es ver cuando vienen con la sonrisa, a enseñarte el examen que han aprobado o a abrazarte porque tienen ganas de verte», explica ilusionada. «Es difícil de explicar lo bien que te puedes sentir cuando te das cuenta de que, con muy poco esfuerzo, puedes hacer tanto bien a estos niños, encima con lo agradecidos que son».
En esos pequeños piensa ya como el futuro que mire al mundo con otros ojos. «Tenemos que luchar por ser menos egoístas, por no estar siempre pendientes del compañero para compararnos y superarnos. También tenemos que mejorar en nuestra interacción social. Y ahí los cántabros somos muy cerrados. Nos cuesta colaborar, abrirnos a los demás, hacer las cosas en grupo», lamenta. «Se ha notado muchas veces cuando vienen alumnos Erasmus y se sienten un poco aislados. Aquí a la gente le cuesta muchas veces hacer nada por nadie. Estoy segura de que es todo ese pensamiento viciado el que nos ha llevado, en cierto modo, a la situación económica que tenemos ahora».
Ángela entiende que gran parte de esos nuevos valores deberían canalizarse por medio de la educación, desde los primeros años. «Pero hay muchas cosas que fallan. Nos estamos engañando en muchos casos. ¿Cómo puede entenderse que un profesor me enseñe nuevas metodologías docentes acordes con el Espacio Europeo de Educación Superior si luego él sigue impartiendo la clase de manera convencional? Hay cosas que están bien en la teoría y muy mal en la práctica, y no estamos avanzando nada», critica.
Mario César González
21 años, Caminos
«Lo que más aprecia la gente mayor es que le escuches. Muchas veces voy y lo único que hago es eso, escuchar, conversar, sobre todo de fútbol. Son personas que están enfermas, que tienen poca familia, se sienten un poco solas, y el mero hecho de tener compañía les hace más llevadero el día». La madurez con la que fluyen los razonamientos por la boca de César hacen dudar sobre su verdadera edad; pero solo tiene 21 años. No necesitó alicientes para dedicar dos horas semanales a pasar un rato con los ancianos ingresados en el hospital Santa Clotilde de Santander. Es su manera de dar un poco de su tiempo a una acción de voluntariado.
«No es tan complicado como muchos lo pintan. Yo tengo el hospital al lado y acudo con flexibilidad de horarios; aunque me han dicho que lo más aconsejable es que los ancianos se acostumbren a una rutina de visitas», explica. «Me apunté porque pensé que iba a ser una manera de hacer sentir mejor a otra persona. Hay gente que está pasándolo mal ahí, enfermos. Si llegas y encuentras una sonrisa, entonces entiendes que les estás haciendo bien».
Por eso no acepta las excusas, porque «el que quiere, puede», tanto a la hora de interesarse por las ofertas de actividades en centros repartidos por toda la región, hasta por las facilidades a la hora de compaginar estas horas extra académicas con las obligaciones universitarias. «El problema es que cada vez miramos más hacia dentro de nosotros mismos y menos hacia los demás. Cada vez somos más el yo y menos el nosotros. Y encima ahora se recrudece ese pensamiento en el 'sálvese quien pueda' que produce la crisis. Mientras no cambie esto, seguiremos retroalimentando esa cultura». Está claro que es consecuencia de un factor educacional; «pero en la universidad quizá ya es tarde para enseñarlo. Deberían inculcarse estos valores mucho antes, desde la niñez».

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